miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mis maletas y yo

Por más horas que pueda llegar a compartir con mis maletas, nunca acabamos de cogernos confianza, porque ellas no saben hablar ningún idioma. Entienden del tiempo y de las distancias, de los viajes, en suma, pero ellas no hablan. Yo las he llevado de la mano tantas veces como una madre lleva a su niño pequeño al cole, a parvulitos, pero con ellas pasan los años y no hablan. Las he llenado unas veces de esfuerzo, otras veces de ilusiones y hasta de dificultades. Las he llenado toda la vida de primos, y de abuelos y tíos, de amigos y algunas veces de padres y hermanos, pero las llene de lo que las llene, ellas no entienden mi lenguaje. Hubo veces que metí en ellas ropa solo, y en ocasiones objetos distintos, recuerdos, regalos y fotos de sonrisas que a la maleta no le hacen gracia, pero no porque no quiera reir, sino porque ellas no entienden mi lenguaje, no se saben reir. Ni siquiera les hacen cosquillas los guantes que dejé alguna vez dentro. Ni siquiera sienten frío ni calor, y eso a pesar de la bufanda roja, blanca y azul que tanto abriga. Pero es que ellas ni se inmutan, no lo sienten, quizá porque son de telas raras fabricadas en Taiwan y ya bastante viaje se dieron. Claro, así pues no me hablan, no entienden mi lenguaje y no se ríen, pero siguen leales a mí. Incluso rotas aguantan los trayectos, me dejan que las siga cogiendo de la mano -ese cariño sí me lo tienen- y no protestan por llevar más o menos kilos. Mis maletas me acompañan y yo las lleno de lo que quiero.
Aquí llegué solo con ellas. El viaje fue largo y difícil. Pero ellas no se bajaron en ninguna estación y me vi solo con ellas mirando a un lado y a otro, como si me esperara algún conocido, en los andenes. Aquí también amanece, también llueve y también sonríe la gente. Aquí también luchan -me cruzo emigrantes multicolor todos los días- y aquí también el mar no deja sola a la playa nunca, la acaricia de tanto en tanto... Yo, por mi parte, tengo mis maletas, que no vacío del todo, como si vaciándolas fuera a vaciar todo lo que me traigo de allá y lo que dejo. Y eso no me gusta. Por eso miro adelante y de vez en cuando miro al lado para veros, para hablaros, para que me contéis, porque sé que no os habéis ido y que estaréis... Y cuando hablo, hablo solo, porque por más que me conocen mis maletas, no acabamos de cogernos confianza, porque no entienden mi lenguaje, ni hablan, ni se ríen de mis chistes -eso es más lógico-. Y cuando llega la noche a la habitación vacía en que duermo, cierro las maletas y me acuesto, rezo mis oraciones cuando no me duermo antes, me acuerdo de vosotros uno a uno y, como sois tantos los que os quiero, cuando llevo recordados unos cuantos me puede el sueño, y me quedo dormido tan solo que a veces me desvela el eco de mi agitada respiración.

3 comentarios:

Patricia García-Rojo dijo...

:) hace poco escuché una canción sobre una maleta...

Abigail LT dijo...

Muy bueno, me ha gustado mucho...

son tan entrañables las maletas...

yo ultimamente lucho mucho con ellas.

Besos de Mariposa.

Adm Ink dijo...

Pobres maletas, el tiempo les paga factura, las va despedazando poco a poco, se agujerean, se descosen, se manchan...Pero todo esto no son más que recuerdos que se suman a la lista de los que esa pequeña maleta a vivido junto a ti. Sabes que has de tirarlas porque están ya en las últimas pero a pesar de todo es tan difícil! Viejas compañeras de fatiga, has visto mundo junto a ellas, has ido de arriba a bajo y nunca te han dejado solo, compañía tanto en días fríos como calurosos. Que cariño se les coge! Me ha encantado tu entrada, me las leería todas porque debo haberme pedido entradas buenísimas pero quizas podría estar días sin dormir, poco a poco! De las futuras no me perderé ninguna!

Besos y que tengas un buen día!

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