sábado, 4 de julio de 2015

Todo es un juego



A mí no me engañas,
yo sé que todo es un juego
cuando nos picotean reiteradas
palabras como grotesco,
goteo, cacatúatorniquete,
enlazadas aliteraciones,
como un incesante
eco latente de sangre
que nos golpea la frente
desde tu boca.

A mí no me engañas,
yo sé que todo es un juego
cuando pronuncias cifras sueltas,
dices veintiuno treinta,
mil cuatro, siete,
¡al garete, que son las siete!,
pero ya te descubrimos leyendo
rótulos, relojes de la tele
que tú maridas con los refranes
y expresiones que decías siempre.

A mí no me engañas,
yo sé que todo es un juego
porque nombras a Constantino
y a Gutenberg -con más esmero-
o Veracruz, o a Díaz de Vivar,
Orinoco, Rinconete y Cortadillo,
Cortadillo y Filemón
-es sólo para despistar-
y se torna tarde de trivial
cualquier domingo familiar.

A mí no me engañas,
yo sé que todo es un juego,
que, antes de llevarte,
has retado a la Muerte
a que consiga ganarte
a autodefinidos y crucigramas,
a preguntas de literatura y arte,
de geografía e historia,
para que solo sea su suerte
capaz de vencerte
y cruzar tú el Rubicón
hacia tu confiada victoria.

A mí no me engañas,
yo sé que todo es un juego,
que cuando ella pregunte: ¿Quién soy?
tú le responderás: ¿Quién soy?,
que cuando ella responda: la Muerte,
tú le responderás: la Muerte
para que se vaya ella consigo,
para que no le digas: voy.

De ella aprendí desde pequeño el gusto por las palabras, por cada palabra concreta, por cada palabra que enriquece nuestros mensajes haciéndolos tan únicos como cada uno (quiera). A mi abuela Adela, perpetua maestra brillante que se va ausentando poco a poco, como jugando con las palabras que ahora ya no puede comprender juntas.
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