viernes, 8 de abril de 2016

Yo sé que ésta no es una de tus bromas

Yo sé que ésta no es una de tus bromas,
que eras de los que no se iba
porque no se apuntaba
y por eso no te llamaban.
Cumplías cotidianos rituales:
tu lento aseo, la raya a un lado,
la gorra ceñida, colonia a raudales,
tus ratos con la gata,
tu patio, las uvas, el almendro,
el bastón de mando y de paseo,
el ya torpe paso imparable,
el café y la tostada,
tu asalto de besos por la calle,
el jovial contagio de tu media sonrisa,
la prisa que en ofrecer lo tuyo te dabas.

Yo sé que ésta no es una de tus bromas,
que tu muerte
es este vacío de coroneles,
de carcajadas en mitad del chiste,
de calle Campana, de Madrid, de Lora,
de tonadillas y de Micaelas,
del campo y los animales que tuviste,
que tu muerte, abuelo,
es este vacío de no verte
como un ángel en la puerta,
ni con ojos en lágrimas al despedirnos,
ni con alegría en tus arrugas
al llegar, y en tus brazos.


Yo sé que ésta no es una de tus bromas,
aunque te marcharas de repente
en una mezcla misteriosa
de versos, risas y tos,
haciéndote el disimulado,
como jugando al escondite, quizás,
como si debiésemos esperar verte doblar la esquina
a lomos de tu yegua Kiki, cualquier mediodía,
como un eterno Gary Cooper, abuelo,
¡qué gracia si me estás leyendo! ¡Qué imagen!

Yo sé que ésta no es una de tus bromas,
así que soy todo contradicción:
sé que ya no estás,
que no volverás a apretar mi mano jamás
como aquella última vez,
y a la vez sé que no has muerto,
quiero decir, que no te irás de mí nunca
y por eso te cuento
que he llorado poco, lo confieso,
pero te buscaré mucho en el brasero
y arañará cada mañana
las puertas de tu patio
la gata blanca de mi recuerdo.

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A mi abuelo Cristóbal,
por ser el enorme y duradero ejemplo
 de la belleza de la vida y de la maravillosa aventura de vivirla.
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