domingo, 16 de octubre de 2016

El hombre centenario que no cumplió el siglo

La Teoría General de la Relatividad estaba aún dando sus primeros pasos en público con Einstein. Aquel año vinieron al mundo Blas de Otero, Antonio Buero Vallejo, Camilo José Cela, Glenn Ford y Kirk Douglas, y se marcharon Rubén Darío, Enrique Granados y José Echegaray. Las redacciones de los periódicos echaban humo con los telegramas que llegaban de los frentes y estas informaciones permitían saber a los españoles de entonces la evolución de la guerra europea, que con el tiempo se llamó Gran Guerra y hoy, de forma más extendida, I Guerra Mundial. Aquel día 16 de octubre de 1916, la prensa nacional hablaba de barcos a pique, de submarinos, de los daños de la aviación, de tanques, lanzallamas, granadas y de los duros combates de infantería en tantos frentes abiertos. El occidental vivía desde las trincheras los últimos movimientos de las relevantes batallas de Verdún y el Somme, que en pocas semanas iban a terminar. Y en un rincón rural al sur de la neutral España, aquel lunes nació mi abuelo. En su tiempo le tocaron los gobiernos inestables de una España decadente en aquel primer cuarto del XX, el ascenso de Mussolini y Hitler, la dictadura de Primo de Rivera, el exilio de Alfonso XIII con la proclamación de la II República, el inicio de la Guerra Civil, para la que fue reclutado y a la que sobrevivió sin matar a nadie y asqueado de las barbaridades que había visto y conocido. Sobrevivió pese a aquella bala en Madrid que bufó por el aire que respiraba, sobrevivió pese a que aquella bala que bufó, bufaba una y otra vez en sus recurrentes relatos y nunca le dio ni en su recuerdo (o quizá ahí un poco sí). Y el mundo tropezó de nuevo y peor en la misma piedra llegando a la II horrible Guerra Mundial y luego a las tensiones de la Guerra Fría. Antes vivió la dura posguerra y volvió a sus animales, al campo, al cortijo, a la única vida que amó desde chico. Vieron sus ojos pasar en Santisteban del Puerto el largo periodo franquista, la moda de la televisión, aquel paso de Armstrong sobre la Luna, la evolución de las mentalidades de todo un siglo, la muerte del dictador, las incertidumbres de entonces, la Transición, la llegada de la democracia y la Constitución, la entrada en la OTAN, en la CEE, también el Mundial de España, los Juegos de Barcelona, la Expo de Sevilla, todos los premios Nobel concedidos a españoles (menos los de Echegaray y Ramón y Cajal) y todas las principales copas internacionales y nacionales que el Madrid ganó en su historia menos la Undécima (casi). En su juventud rondó a mozas, y fue galante y divertido con ellas, y se enamoró y se casó con mi abuela y tuvieron tres hijas, siete nietos y van dos bisnietos. Le encantaban los caballos y tuvo algunos, y perros a los que ponía nombres pintorescos o nombres de persona.  Pocos han visto desfilar tantas mayordomías por la capital de El Condado y pocos han llegado a 99 con los cariños intactos en un cuerpo ya tan menguante, guardando direcciones, apellidos y rangos, cines, avenidas y callejuelas de ciudades como Sevilla, Madrid, Lora o Adamuz.

Cosas así y muchas más suceden en la vida de los humanos cuando es larga, pero él, que nació un lunes, sabía que lo verdaderamente importante no está en los libros de la gran historia, que ninguna universidad enseñará sobre dar los buenos días con una sonrisa por la calle o los beneficios de salir con un chiste espontáneo de risa anticipada, que ninguna cátedra estará basada en lo que un buen padre o abuelo hace y siente sin que se vea mientras tú calientas tus manos en la lumbre u observas los gorriones iniciar su vuelo. Sabía que ningún poeta podrá explicar lo que sintió con el nacimiento de sus hijas, ni la devoción a sus nietos o el tacto de sus viejas manos arrugadas tocando la fina y suave piel rosada de Guille o Marina en sus brazos. Sabía que de una vida así uno nunca se muere del todo.



Luchó lo que le tocó, pero no llegó a gobernador. Recitó lo que recordaba, y lo que no, se lo inventaba. Corrió en los cuarteles, y ganaba, pero no llegó a olímpico. Puso pasión siempre en lo suyo, aunque no le alcanzó para ningún Nobel del agro. Pero, hoy que es centenario sin cumplir el siglo, me permito la épica de sus recuerdos de soldado y pienso que consiguió la curvatura del espacio-tiempo, por la cual todos aquí abajo gravitamos en torno a él, con todas nuestras estaciones, y celebramos con melancolía y alegría nuestra particular nochevieja. Mañana será año nuevo y portamos con nosotros sus inmateriales ingredientes. De una vida así, uno nunca se muere del todo. Y se vive en otros después.



viernes, 7 de octubre de 2016

Clepsidra de las tardes cortas

En goteo incesante
haces de la risa un llanto
y de un llanto otra risa
ya transida de sueño o de hambre,
ya rendida al juego y al baile,
mientras entrenas tus primitivos besos
-produces su auténtico sonido,
tanto logras afanarte-
y perfeccionas graciosa los giros
de esas manos que te entregan el mundo
que es en ti más grande que nosotros,
que te lo construimos amorosamente pequeño
para hacerlo más tuyo
en cada uno de estos minutos que son horas
que son tardes que son semanas que son meses
que son aperitivo y postre de Cronos
-tu genio, tu dulzura-
en este año líquido
que cae monzónico
sobre el octubre seco
en que me paro a mirar el calendario
yo, que coleccionaba relojes precisos
que no saben medir nuestro tiempo:
el inexacto,
absoluto,
verdadero fluir de tu ser en los nuestros.

___________


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...